Cosmovisión de los meteoritos, ¿de quién son las piedras del cosmos, su historia, función y cómo se regulan? [I]
En nuestras vidas cotidianas mientras estamos inmiscuidos en las rutina, las maravillas del cosmos no se detienen, haciéndonos conocer, por medio de la curiosidad los misterios ocultos e inexplicables de nuestra realidad. Para ello, es necesario el recordatorio de como funciona el avance, siendo un desarrollo gradual en el tiempo. De tal manera, el esfuerzo en conjunto humano trasciende y la ciencia lo sustenta por medio del método científico (en conjunción a la epistemología). Y, a manera de preparación para entrar en materia, debemos conocer nuestros ayeres y como nuestros antepasados entendieron este fenómeno espacial.
Imagen 1. Impacto en ilustración. Imagen extraída de: https://sciencephotogallery.com/featured/artwork-of-the-chicxulub-asteroid-impact-david-a-hardyscience-photo-library.html
Cognición
Para iniciar, de forma cognitiva, es natural interpretar lo desconocido con lo ya conocido. Es decir, ante la falta de información nuestro cerebro busca comprender en los patrones el objeto dispuesto (por estímulos hacia un modelo esperado) por ende, se puede llegar a experimentar miedo, rechazo o relacionarlo con creencias personales, dando así la figura del sesgo al estar condicionados. Este fenómeno es conocido como "patternicidad" (Shermer, 2011).
Así mismo, esta tendencia a encontrar patrones significativos en cosas no relacionadas (correlaciones) constituye un mecanismo evolutivo. "Tradicionalmente, los científicos han tratado la patternicidad como un error cognitivo. Un error de tipo I, o falso positivo, que consiste en creer que algo es real cuando no lo es (encontrar un patrón inexistente). Por otro lado, un error de tipo II, o falso negativo, consiste en no creer que algo es real cuando sí lo es (no reconocer un patrón real; a lo cual llamamos 'patternicidad')", explica Shermer. Además, "nuestros cerebros son motores de creencias: máquinas evolucionadas de reconocimiento de patrones que conectan los puntos y crean significado a partir de los patrones que creemos ver en la naturaleza", señala Shermer en su obra "How We Believe" (2000). En consecuencia, en el caso de los meteoritos, este mecanismo explicaría por qué casi universalmente fueron interpretados como mensajes o manifestaciones divinas como analizaremos a continuación.
Imagen 2. Mapa mundi con todos los meteoritos impactados registrados.
Superstición
Por un lado, habiendo tratado el tema de como procesa nuestro cerebro lo desconocido, ahora les comentare el caso del meteorito de Ensisheim, que cayó el 7 de noviembre de 1492 en Alsacia (actual Francia). Ahí, el historiador Sebastian Brant lo describió como "una señal de Dios", y el emperador Maximiliano I ordenó preservarlo en la iglesia local, interpretándolo como un augurio favorable para su guerra contra Francia (Marvin, 2006). Este meteorito, del que se conservan aproximadamente 56 kg en la iglesia parroquial de Ensisheim, representa uno de los primeros eventos meteoríticos documentados en Europa con precisión histórica.
Por otro lado, también existía la
superstición de que los meteoritos servían como talismán, ya que, el
historiador Plinio el Viejo, documentó en su "Historia Natural" (77
d.C.) que durante los Juegos Olímpicos del 466 a.C. cayó un piedra del cielo en
Egospótamos (actual Turquía). Este objeto fue venerado durante siglos, y según
sus escritos, "aún se muestra, del tamaño de un carro". Así mismo,
Plinio añade que "se dice que este objeto posee poderes para protegerse
contra tormentas y tempestades" (Beech, 2015).
Y, como dato curioso, se han encontrado vestigios de armas fabricadas con hierro meteórico, las cuales tenían un carácter sagrado al proceder “del cielo”, siendo enlazado con regalos de Dioses. Sin embargo, además de su valor simbólico, estas piezas ofrecían propiedades mecánicas superiores a las de los primeros hierros terrestres. Por ejemplo, Johnson et al. (2013) analizaron cuentas de hierro meteórico del antiguo Egipto y caracterizaron su composición, demostrando que estos objetos contenían altos porcentajes de níquel y cobalto, propios del hierro cósmico (9–12 % Ni) . De forma relacionada, estudios posteriores sobre la famosa daga de Tutankamón confirmaron su origen meteórico: Comelli et al. (2016) demostrando, mediante espectrometría de masas y análisis petrográfico, que la hoja presenta un 11 % de níquel y trazas de cobalto, lo que coincide con la firma composicional de un meteorito de hierro.
El camino de la ciencia
Luego de aprender sobre la manera en que se abordaba supersticiosamente, en el tránsito al mundo moderno, el fenómeno siguió percibiéndose con asombro y “escepticismo”. Como fundamento, en el siglo XVIII, la autoridad de la ciencia ilustrada ejercía un fuerte peso sobre la interpretación de los fenómenos naturales. Así, cuando en 1768 cayó el meteorito de Lucé, provocó una investigación por parte de la Academia de Ciencias de París. Aquí, Antoine Lavoisier (pilar de la química moderna) rechazó la idea de que “pudieran caer piedras del cielo”, atribuyendo aquellas extrañas rocas a la cristalización atmosférica de piritas tras caerles un rayo (mismas que en sus trozos podían generar metales por la reacción de la atmosfera). Y, según recoge Gounelle (2006) la noción de que cuerpos sólidos existieran en el espacio resultaba incompatible con la visión uniforme y ordenada que la Ilustración buscaba imprimir al cosmos: entonces no había “piedras en el cielo”, razonaba, Lavoisery sólo la superstición campesina podía confundir relámpagos con meteoritos. Lo interesante es que, esa misma línea de pensamiento de la no posibilidad de rocas que caen desde el cielo la tuvo doscientos años antes Paracelso (Theophrastus von Hohenheim, 1493–1541) en su libro Liber Meteorum para el meteorito que cayó en 1492 en Ensisheim, Alsacia.
Por motivos del dogma como autoridad de Lavoisier, muchos científicos franceses se mantuvieron con la idea, aunque algunos afirmaban de forma alternativa, que esas piedras provenían del sol o eran expulsados por supuestos volcanes de la luna. A grosso modo, el dogma newtoniano y las primeras leyes de la termodinámica no preveían cuerpos sólidos vagando entre planetas, y la paleo geología incipiente no ofrecía otro modelo de transporte de rocas hacia la superficie.
Sin embargo, la ciencia busca la verdad
objetiva y se corrige así misma con el apoyo de otras posturas de la mano de la
evidencia. Por razones anteriores, en este nuevo choque afortunado, a finales
del siglo XVIII, el fisiólogo y músico Ernst Chladni revisó documentaciones de
caídas por toda Europa y, en abril de 1794, publicó en Riga su pequeño tratado
Über den Ursprung, donde propuso por primera vez que los meteoritos eran
fragmentos de cuerpos que orbitaban en el espacio exterior
Pronto, eventos astronómicos como la lluvia de fragmentos en Siena (16 de junio de 1794) y en Wold Cottage, Reino Unido (13 de diciembre de 1795), impulsaron a la Royal Society de Londres a encargar al químico Edward Howard —con la ayuda de Jacques de Bournon— el análisis de los primeros cóndrulos, granos metálicos y sulfuros presentes en estos “nuevos” materiales.
Después, en 1799, Josef Proust recibió
desde Campo del Cielo (actualmente región de Argentina) un trozo del gigantesco
y confusamente llamado “Mesón de hierro”, donde su análisis reveló que, lejos
de ser puro hierro, aquella muestra contenía cerca de un 10 % de níquel, uno de
los primeros indicios químicos de que aquellos fragmentos no procedían de la
corteza terrestre . Sin embargo, sería otro acontecimiento el que acabaría
derribando las últimas dudas, teniendo como fecha 26 de abril de 1803, en donde
más de 3 000 piedras cayeron sobre L’Aigle, en Normandía. Debido a esto la
Academia Francesa encargó a Jean-Baptiste Biot que recabara testigos, trazara
la elipse de distribución de los fragmentos y analizara mineralógicamente las
muestras; su informe, presentado el 17 de julio, sentó las bases del estudio de
campo de las lluvias de meteoritos y confirmó sin ambages su origen
extraterrestre.
Desde entonces, los meteoritos han pasado
a ocupar un lugar de honor en laboratorios y vitrinas de museos. Dando hitos
increíbles en 1969, donde la caída del meteorito Murchison, en Australia,
permitió aislar cientos de moléculas orgánicas y fullerenos procedentes del
espacio, sentando las bases de la astroquímica prebiótica . Además, años más
tarde, en la frontera K–T (65 millones de años atrás), la presencia de
fullerenos presolares en sedimentos demostró la conexión entre grandes impactos
y extinciones masivas.
¿Qué son los meteoritos?
Para entender este fenómenos espacial, debemos comprenderlo por partes. Así que, comencemos con la explicación de su origen, siendo tan antiguo como el propio sistema solar. Donde, siguiendo la teoría nebular, hace unos 4 600 millones de años una vasta nube de gas y polvo colapsó bajo su propia gravedad para formar el Sol y los cuerpos que lo orbitan (disco protoplanetario). Sin embargo, no todo aquel material se integró en planetas, porque el sobrante conformó miles de fragmentos rocosos y metálicos que hoy conocemos como asteroides, y a porciones de hielo y polvo que forman los cometas (National Aeronautics and Space Administration [NASA], 2015).
Esos asteroides se concentran
principalmente en la región del “cinturón de asteroides” entre Marte y Júpiter
debido a la fuerza de gravedad, pero existen otros reservorios de objetos
menores: por un lado, los troyano comparten la trayectoria orbital de un
planeta al orbitar a la misma velocidad y no entrar nunca en contacto entre sí.
Júpiter es el planeta con más troyanos, pero Neptuno, Marte y la Tierra también
tienen algunos; por otro, más allá de Neptuno se extiende la región del
cinturón de Kuiper, hogar de cometas y cuerpos helados como Plutón y Eris.
Imagen 3. La imagen muestra un corte transversal con las capas típicas de un meteorito metálico o rocoso-metaloso: núcleo metálico (hierro-níquel), manto de silicatos y corteza rocosa. Imagen creada por chatgpt4
A partir de asteroides y cometas —estos últimos liberan polvo y granos de hielo a lo largo de sus órbitas extremadamente elípticas— se producen colisiones y expulsiones de material. En primera instancia, referente a los asteroides, la fuerte gravedad de Júpiter y perturbaciones mutuas (de los mismos asteroides) provocan colisiones que desprenden pedazos más pequeños de ellos, siendo llamados meteoroides. Mientras que la desgasificación de los cometas, sucede cada vez que se acerca al sol, cuando su hielo se sublima y arrastra consigo polvo y partículas orgánicas, creando un extenso rastro de meteoroides a lo largo de su órbita. Regresando a lo comentado, un asteroide puede medir desde unas decenas de metros hasta cientos de kilómetros de diámetro. Por ejemplo, Vesta alcanza casi 530 km de ancho, una distancia similar a la que separa Ciudad de México de Veracruz (400 km) (NASA, 2015). Mientras que, los meteoroides varían desde diminutos granos de polvo (menos de 1 mm, del tamaño de la punta de un bolígrafo) hasta fragmentos de varios metros (como una roca del tamaño de un automóvil compacto). Estos fragmentos viajan por el espacio hasta que, debido a sus órbitas, alguno cruza la trayectoria de la Tierra (NASA, 2015). De forma simplificada, podríamos imaginar un asteroide como una “canica” planetaria, quien choca con otra “canica”. Y, un meteoroide como un fragmento de esa “canica”, listo para iniciar su viaje al desprenderse en el espacio.
Prosiguiendo en el tema, cuando un meteoroide en su viaje en el espacio es atraído por el centro de atracción de la tierra, este penetra nuestra atmosfera, luego, la fricción con el aire por las capas lo calienta bruscamente (fricción con los gases atmosféricos) provocando el destello luminoso que llamamos científicamente como meteoro o de forma coloquial “estrella fugaz” mientras se evapora (con una medida aproximada del tamaño de una pelota de tenis hasta una sandía). Como dato importante, cuando un meteoro es excepcionalmente brillante, e incluso rivalizando la luminosidad de Venus y resulta visible incluso durante el día, hablamos de un bólido, cuyo estallido libera una onda de choque perceptible al suelo.
Un ejemplo
reciente ocurrió el 16 de abril de 2025, donde un bólido cruzó el Valle de
México en la madrugada, iluminando el cielo y momentos después hizo retumbar
cristales y alarmas. Ante esto, gracias a la Red Mexicana de Meteoros de la
UNAM, se confirmó que el objeto, probablemente de origen asteroidal o
cometario, mismo que se fragmentó entre 20 y 40 km de altura tras alcanzar
hasta 6 000 °C por fricción atmosférica, generando el estruendo percibido en
varias alcaldías (Martínez, 2025).
En cambio, si la masa (tamaño) del fragmento (meteoro) es lo bastante grande, parte de él sobrevive al descenso y alcanza la superficie, entonces al tener impacto con esta recibe el nombre de meteorito. (NASA, 2015). Bajo ese tenor, los meteoritos más comunes tienen tamaños que van de unos gramos hasta decenas de kilogramos (equivalentes al peso de una manzana o de una maleta pequeña). No obstante, existen casos excepcionales como el meteorito Hoba (Namibia), que pesa unas 66 toneladas, y fragmentos de caída reciente como los conservados del evento de Chelyabinsk (Rusia, 2013), cuyos trozos individuales oscilan entre 10 g y 1 kg.
Como dato curioso, durante las lluvias de estrellas, como las Perseidas en agosto o las Gemínidas en diciembre, la Tierra atraviesa la estela de meteoroides dejada por cometas; por ejemplo, las Perseidas provienen del cometa Swift–Tuttle (National Aeronautics and Space Administration [NASA]). En esos momentos podemos observar decenas o incluso cientos de meteoros por hora, los cuales a simple vista se presentan como “estrellas fugaces”. Pero si nos fijamos con atención, notaremos que muchas de estas trazas luminiscentes dejan una estela de color que puede variar de verde a amarillo o rojo. Este efecto se produce porque, al evaporarse los fragmentos en la alta atmósfera, expulsados a temperaturas de varios miles de grados por la fricción con el aire, los átomos de distintos elementos (como hierro, sodio o magnesio) emiten luz en longitudes de onda características. En consecuencia, cada meteoro “pinta” su propio arcoíris fugaz según su composición química, enriqueciendo el espectáculo celeste con matices verdosos, amarillentos o rojizo. Relacionado a, la mayoría de lluvia de meteoritos proviene de cometas.
Composición
Para detallar su composición, me gustaría empezar a clasificarlo en 4 grandes grupos. Iniciando con los cuerpos rocosos llamados científicamente condritas, los cuales están formados principalmente por minerales silicatados, como olivino y piroxeno, unidos en una matriz de silicatos. Son los meteoritos más abundantes y representan material muy primitivo, siendo formados en las primeras etapas del sistema solar, hace más de 4 500 millones de años. Así mismo, conservan pequeñas esferas minerales llamadas cóndrulos, que se formaron por la rápida solidificación de gotas fundidas en el espacio
Siendo más
específico, dentro de las condritas, encontramos diferentes tipos, como las
condritas ordinarias (las más comunes), las condritas carbonáceas (ricas en
compuestos orgánicos e incluso agua) y las condritas enstatíticas (que
probablemente se formaron cerca del Sol). Un ejemplo de este es el meteorito de
Allende (México, 1969) siendo clasificado como una condrita carbonácea rica en
cóndrulos y granos de polvo solar primitivo, que ha aportado información sobre
la química de nuestro disco protoplanetario (National Aeronautics and Space
Administration [NASA], 2015).
Por su
parte, las acondritas son fragmentos de cuerpos que experimentaron procesos de
diferenciación, como fusión parcial y separación de materiales en capas. Esto
significa que provienen de cuerpos planetarios como la Luna, Marte o Vesta,
donde hubo actividad geológica interna. Estos son más parecidos a las rocas
ígneas de la Tierra, como los basaltos.
Después encontramos a los meteoritos metálicos, mejor conocidos como ferrosos. Con una composición de casi pura aleación de hierro y níquel (Fe–Ni), con trazas de cobalto y fósforo. Donde al cortar y pulir una sección, revela patrones de Widmanstätten (delicadas estructuras cristalinas que sólo se forman por enfriamiento extremadamente lento en núcleos planetesimales primitivos) Además, se cree que son fragmentos del núcleo metálico de planetesimales destruidos por grandes impactos
Y, por último tenemos los mixtos, nombrados como pallasitas y brechas, combinando características de los dos grupos anteriores. Aquí, las pallasitas presentan cristales translúcidos de olivino embebidos en una matriz metálica de Fe–Ni; en cambio, las brechas contienen fragmentos rocosos y metálicos amalgamados tras procesos de impacto. Esta estructura heterogénea refleja múltiples etapas de formación y colisión.
Su valor científico
Al profundizar en el mundo
de estos cuerpos celestes es inevitable preguntarnos, ¿qué fines investigativos
podemos encontrar en ellos? La respuesta es igual de maravillosa como la
pregunta. Siendo no únicamente rocas sin
más en el espacio, sino testigos de la historia temprana del Sistema Solar. Por
ende, su valor radica en que conservan información primordial sobre los
materiales, procesos y condiciones que existían antes de que se formaran los
planetas, incluida la Tierra. Gracias a ellos, la ciencia ha logrado descifrar
parte del origen de los componentes básicos de la vida y reconstruir episodios
esenciales de nuestra evolución cósmica (Trigo-Rodríguez, 2024).
Uno de estos descubrimientos, fue por medio de los aportes de los meteoritos en la evidencia de moléculas orgánicas complejas formadas en el espacio. Para esto, meteoritos como Murchison, caído en Australia en 1969, demostraron contener aminoácidos, nucleobases (componentes del ADN) y azúcares prebióticos, todos esenciales para la vida tal como la conocemos (NASA, 2022). Estos hallazgos respaldan la hipótesis de la panspermia, de que los bloques de la vida pudieron haberse originado fuera de la Tierra y posteriormente haber llegado a nuestro planeta mediante impactos de meteoritos, contribuyendo al surgimiento de la vida primitiva. E (Martins et al., 2008).
Otro dato
relevante, es saber que los meteoritos preservan los registros isotópicos y
químicos más antiguos conocidos, proporcionando un "mapa" del sistema
solar en su infancia. Por ejemplo, el meteorito Allende, caído en México,
contiene inclusiones ricas en calcio y aluminio (CAIs) que datan de hace más de
4 560 millones de años, más antiguos incluso que la formación de la Tierra
(Llorca Piqué, 2024). El análisis de estos materiales ha permitido a los
científicos reconstruir cómo los planetas se formaron a partir de una nube de
polvo y gas, y cómo los procesos de acreción, diferenciación y migración
planetaria dieron forma al sistema que habitamos hoy.
Otro aspecto crucial es que los meteoritos aportan pruebas de procesos geológicos y atmosféricos en otros mundos. Algunos meteoritos han sido identificados como originarios de Marte o la Luna, lo que nos permite estudiar directamente las condiciones de esos cuerpos sin necesidad de enviar misiones tripuladas (Trigo-Rodríguez, 2024). En particular, ciertos meteoritos marcianos contienen minerales alterados por agua, apoyando la teoría de que Marte fue, en algún momento, un planeta potencialmente habitable. Aunado a lo previo, las muestras traídas por las misiones Apollo tenían trazas de aminoácidos e investigaciones recientes de la NASA, concluyen que la mayoría de esos aminoácidos lunares eran contaminación terrestre, pero también se detectaron algunos aminoácidos raros en la Tierra (como la alfa-aminobutírico) comunes en meteoritos.
Esto
sugiere que impactos meteóricos dejaron una pequeña huella orgánica incluso en
la Luna y, aunque los meteoritos marcianos (más de 200 ejemplares conocidos) no
se han analizado con la misma facilidad. Su mera existencia confirma que
fragmentos de Marte (o de la Tierra misma en el pasado) llegan hasta nosotros.
En conjunto, el estudio comparado de meteoritos lunares, marcianos y terrestres
ayuda a entender la evolución geológica y química de nuestro mundo primitivo.
Finalmente,
los meteoritos también han sido clave para entender los riesgos naturales a los
que está expuesto nuestro planeta. Eventos relativamente recientes, como el del
meteorito de Chelyabinsk en 2013, recordaron a la humanidad que el espacio
cercano no está vacío, y subrayaron la necesidad de desarrollar programas de
detección y defensa planetaria (Borovicka et al., 2013). A su vez, “la mayoría
de los meteoritos encontrados en la Tierra provienen de asteroides
fragmentados, aunque algunos provienen de Marte o la Luna. En teoría, pequeños
fragmentos de Mercurio o Venus también podrían haber llegado a la Tierra, pero
ninguno ha sido identificado de forma concluyente” (NASA, 2017).
Conclusión
Nos vemos en el próximo mes, siguiendo con esta historia...puedes aprender mucho más de otros artículos míos y del glosario de astronomía.
Artículo editado por Ana María Morón Usero, creadora de Ammu Neuroscience and Biology.
Más sobre la autor:
Víctor Pantoja Aguilar es Divulgador científico por parte del Instituto Mexicano de Flora Sustentabilidad Social A.C y el Comité Nacional de Capacitación Ambiental, además, es Licenciado en derecho en la Uvm. Así mismo, se inclina en sus áreas de divulgación por el derecho espacial, la astronomía y continuamente se forma en cursos, conferencias o libros para estar actualizado. Para finalizar, es activista en contra de las pseudo-ciencias.
Ha colaborado con el proyecto de Ammu Neuroscience and Biology, proyecto que intenta acercar la ciencia a la gente. Os animamos a leer otros post, donde aprenderéis mucho sobre la ciencia, tenéis más artículos escritos por Ammu y el resto de colaboradores.
Que la ciencia y la fuerza os acompañe.
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